EL LARGO ANDAR DE LA
Ruta del Levante
Un esforzado trayecto que se adentra y entrelaza con algunas de las villas y ciudades más emblemáticas de España
Al llegar a Zamora, la Ruta del Levante se conjuga con la de la Vía de La Plata para formar el trayecto completo que conduce finalmente a Santiago, desde el Mediterráneo hasta Galicia. Cuando ambos tramos se conjuntan, forman la ruta transversal más extensa de todas las que forman la constelación de caminos hacia Compostela.
El total de kilómetros de ambas rutas sería de cerca de 900, con alrededor de 40 escalas, por lo cual pocas personas podrían completarlo en una sola gesta, pero sí emprendiendo diferentes travesías a lo largo del tiempo.
Dentro de los Camino de Santiago, la ruta del Levante es la más completa y compleja, ya que implica un viaje a través de una muy extensa cantidad de atractivos naturales, urbanos y culturales. En realidad el trayecto cubre todo el territorio ibérico, desde donde sale el sol, en el Levante, hasta donde fenece en los deslumbrantes atardeceres de la Costa da Morte, en Galicia.
Las regiones principales que se cubren hasta llegar a Zamora son la Valenciana, Castilla-La Mancha, la de Madrid, así como la de Castilla y León.
Sin duda Valencia, la tercera ciudad más grande de España. constituye un marco imponente para emprender esta hazaña. La metrópoli costera, bañada por el cauce del río Turia, es plena en atractivos centenarios así como de una gama de espacios contemporáneos de estridente corte innovador y vanguardista.
Dentro de los sitios tradicionales destacan claramente las gruesas Torres de Serranos, que resguardaban una de las entradas principales del antiguo casco de la ciudad amurallada, cuyo interior cobijaba espacios emblemáticos como las amplias bóvedas góticas de la Lonja de la Seda, uno de los diversos sitios patrimoniales de la humanidad que ostenta Valencia.
Quizás su sitio icónico más tradicional y reconocible es la gruesa torre del Micelet, venerable campanario de estilo gótico mediterráneo, cuya construcción iniciara en el siglo XIII. Su singular forma identifica a la magnífica Catedral de Valencia, la cual alberga una de las mejores colecciones de pinturas del quattrocento de toda España.
Las calles valencianas están repletas de templos, plazas, parques, museos y auditorios que dan fe de la alcurnia y el gusto cosmopolita de esta urbe. Recientemente su perfil se ha difundido mundialmente por las obras arquitectónicas encabezadas por el célebre Santiago Calatrava. Entre esta galería urbana las más reconocidas son el Puente de la Exposición y el magno conjunto de la Ciudad de las Artes y Ciencias. En el núcleo del proyecto, y flotando sobre las aguas de su gran estanque, se alza el contorno curvo, a manera de ojo gigantesco del Hemisferic, un pabellón dedicado a todo tipo de proyecciones de gran formato y eventos de difusión científica y cultural. Como parte de este conjunto también esta el gran escenario techado del Ágora, que aunque ha sido sede de importantes torneos deportivos, aún no se encuentra concluido en su totalidad.
Además de sus edificaciones, el otro gran rasgo que distingue a la ciudad es el carácter festivo y el talento de su gente. La muestra más lograda de este temperamento se admira, año con año, en el Festival de las Fallas. Esta celebración de corte marcadamente carnavalesco, se realiza del 15 al 19 de marzo con motivo de las fiestas de San José, y es una de las muestras más extraordinarias del consumado oficio de cientos de escultores y pintores que exhiben obras que adoptan principalmente la forma de seres fantásticos y conjuntos escultóricos, ante miles de valencianos y visitantes que acuden de todo el mundo a presenciar este espectáculo sin par.
Las Fallas son el producto inventivo de todo un año de labor creativa y artesanal, que se luce sólo durante unos cuantos días en procesiones extravagantes, repletas de espectadores. Las creaciones asumen la forma de figuras caprichosas con una ilimitada cantidad de temas que pueden ser de contenido fantástico, humorístico, así como de crítica social, o de libre invención. De la gran cantidad de conjuntos escultóricos y figuras sólo sobrevive aquella única que los valencianos han votado como favorita, la cual pasa a formar parte de la colección del Museo de Las Fallas. Las demás se consumen bajo el fuego en la ceremonia conocida como La Crema, que es un cierre nocturno espectacular a las fiestas que inundan a la ciudad durante esta temporada.
Aún si se tiene la oportunidad, o no, de coincidir con este suceso único, la partida de Valencia hacia la campiña marca un extremo contraste con el bullicio urbano, para entonces comenzar a encontrase con un ámbito más distante y relajado.
Aquí la Ruta del Levante se inicia propiamente a través de un territorio llano con poblaciones como Catarroja y parajes rurales como el Parque Natural de la Albufera, que fuera el escenario preferido para el espléndido y sensual colorido de las pinturas de Soroya.
Esta primera etapa abarca más de 20 kilómetros y sirve de preámbulo a un paisaje de especial interés para los amantes de fortalezas y castillos de traza imponente, que siempre están rodeados o cercanos a aldeas o villas de marcado carácter medieval.
En la segunda jornada gradualmente se dejan detrás las llanuras para iniciar la ascensión por colinas y cordilleras que conducen a las espléndidas poblaciones y venerables vestigios de tiempos remotos. El primero es el complejo armazón del castillo de Xativa, construido sobre un peñasco de enormes proporciones, en las que sus murallas parecen caer como las tiras de algún pesado collar que se ajusta a la caprichosa forma de las laderas. En la parte inferior, las construcciones se alzan sobre terraplenes más nivelados y con diversas azoteas resguardadas por numerosas hileras de almenas de forma rectangular.
En realidad Xativa es una doble fortaleza erguida sobre la sierra Vermisa. Su primer enclave es el Castell Menor, situado en la cima de la Penya Roja. Un recinto proveniente de las épocas de Aníbal, cuando el gran general cartaginés y su ejército de elefantes avanzaban hacia el asedio de Roma. Ahí se dice residió su esposa ibera Himilce, madre de uno de sus hijos. Aún hoy la puerta de arco ojival que lleva hasta la cúspide se llama la Puerta de Aníbal Muchas centurias después, en la época medieval se alzó el Castell Mayor, que es el mejor preservado y contiguo a la Plaza de Armas. Ya en su parte inferior, la villa cuenta con importantes monumentos como La Colegiata Basílica de Santa María, conocida como La Seu. Su interior aloja el Museo de La Colegiata, con selectas colecciones de Arte Sacro, entre las que destacan obras y objetos pertenecientes a la era de los papas Borgia.
De manera inesperada, esta plaza histórica cuenta a su vez con la estructura modernista de El Gran Teatre Auditori, con una capacidad para 800 personas y que es un foro para todo tipo de presentaciones artísticas y culturales de alta calidad.
El siguiente punto es el cercano castillo de Villada, del cual sólo restan unos gruesos muros truncados que yacen solitarios en la parte alta de esta cima que mira a la distancia.
Al concluir las primeras cuatro jornadas de la Ruta del Levante se abandonan ya las tierras valencianas para adentrase en la comunidad de Castilla-La Mancha, Aquí una de las provincias más sobresalientes es la de Albacete, un territorio adusto, aunque pleno en encuentros sorpresivos e inesperados. Dentro de su geografía yacen incrustadas joyas de poblados sorprendentes y escondidos como la de Alcalá de Júcar. Esta pequeña población, a 62 kilómetros de la capital provincial debería ser una extensión obligada para visitantes y peregrinos. Su compacto y hacinado caserío, parece colgar de una ladera curva y descendente que termina a orillas del río Júcar. Este llamativo conjunto sirve de realce a sus dos grandes estructuras verticales: La primera es el puntiagudo campanario de la iglesia de San Andrés, que se alza hasta 60 metros de alto, con 180 escalones que conducen hacia su balcón mirador. Por otra parte, en el punto más elevado de la montaña se aprecia el prisma solitario y pedregoso de su castillo de planta pentagonal, que es una firme atalaya que comanda la ciudad y su panorama envolvente.
Asimismo otro indispensable paseo en Alcalá de Júcar es recorrer los diversos pasadizos misteriosos que han sido horadados dentro de la montaña de piedra caliza, y que conectan estancias más amplias, como la llamada Cueva del Diablo, que exhibe objetos regionales, y lugar en donde los visitantes pueden relajarse en la mesa de un bar. En la terraza exterior de la montaña que mira a Alcalá conviene detenerse en un restaurante llamado apropiadamente El Mirador, ya que la estructura sobrevuela hacia las espléndidas vistas que se despliegan delante de su vertiginosa altura.
Otra peculiaridad de este pueblo diminuto, pero fascinante, son los graciosos arcos de su puente romano que lleva un trazo ascendente que remonta las claras aguas del río, en el que también se forma una pequeña playa para refrescarse de las agobiantes temperaturas del verano.
La parte media de la senda levantina se alcanza después de 16 jornadas habiendo cruzado lugares de interés especial como Chinchilla y el Toboso, hogar de la célebre musa del Quijote, así como Tembleque, una inusual villa recubierta de entramados y balcones de madera.
A partir de aquí estamos ya a una corta distancia de la señorial Toledo: la escala más importante a realizar antes de retomar la segunda parte de la ruta que culmina en Zamora, cuyos nuevos encuentros podremos narrar e ilustrar en la segunda reseña de este largo andar por la Ruta del Levante.