LA COSTA MILENARIA DEL

El Camino del Norte

Antes de reunirse con el tramo final del Camino Francés, la Ruta del Norte viaja en paralelo a la exaltada orografía de la cornisa del Mar Cantábrico

Tanto en distancia como en el tiempo, la ruta del norte para llegar a Santiago de Compostela es más extensa que la del Camino Francés, pues data del siglo XII, y su longitud sobrepasa los 800 kilómetros. Esta ruta ha sido llamada la de los iniciados, tal vez por la profundidad de la experiencia humana a la que obliga el ámbito a la vez deslumbrante y misterioso de esta parte del norte español, que inicia desde la frontera con Francia y recorre todo el filo del litoral cantábrico. El perfil que distingue a esta ruta es la de ser menos concurrida que el Camino Francés, y rica en puntos de interés y paisajes marinos insuperables.
Su variedad requiere de una extensa crónica ya que presenta muchas alternativas y variantes que se pueden elegir dependiendo de los alcances, ánimo y condiciones expedicionarias de cada viajero. Y es que a cada momento se entra en contacto directo o se está en las cercanías de una infinidad de puntos de gran relevancia e interés, que pueden desviarnos un poco de la ortodoxia peregrina, pero que son una irresistible tentación para los viajeros ávidos de conocer los tantos misterios y tesoros de estas tierras.
La ruta del norte estuvo muy en voga hasta el siglo XII, e incluso hay relatos de que el propio San Francisco de Asís la siguió en su propósito de venerar el santuario jacobino. Sin embargo, conforme fue avanzando la reconquista, la mayoría de los peregrinos optaron por caminos trazados más tierra adentro. Actualmente esta vía implica el cruzar parajes remotos y apartados, al igual que una muestra de los destinos de playa más populares que suelen ser muy concurridos durante la temporada de verano. En otros meses los espacios son más descansados, pero es común toparse con largos días bajo la pertinaz lluvia, que es la fuente de su grato y permanente verdor.
La travesía inicia en Irún, en el puente de Sebastián de Endaya, que nos muestra una población de aspecto semilacustre de donde arranca la Costa Vasca, apenas cruzando el río Bidasoa que divide a Francia de España. Un breve tramo más al norte podemos arribar a Hondarribia, un renombrado puerto, asiento de Carlos V, y que aún hoy se nos muestra cobijado por su muralla medieval, testimonio de las muchas gestas bélicas que han enfrentado los pobladores de estos codiciados lares. De ahí, recorriendo un tramo semimontañoso de menos de 30 kilómetros se puede divisar la primera gran ciudad de la costa: San Sebastián, con su ambiente concurrido y cosmopolita, dotado de amplios andadores que envuelven su espectacular bahía inmersa en la honda intensidad de su azul plomizo. La observación más elevada de este afamado enclave puede hacerse desde el Monte Urgull, en donde el monumento a la figura de Jesucristo, de más de 12 metros de altura, bendicie la ciudad y su bahía, mientras nos regala una panorámica imborrable de la llamada Perla del Cantábrico.
Después de esta estancia citadina. el andante puede retomar el ambiente apartado y bucólico que inspira a la introspección y que se despliega en un amplo listado de villas y costas atrayentes. De particular interés está Zarauz, la playa más larga del septentrión ibérico, o Guetaria, cuna de Sebastián el Cano, una biografía que habla de la profunda tradición y vocación náutica de sus gentes. A lo largo de todo el litoral, frecuentemente se pueden apreciar vistas diurnas que culminan en atardeceres soberbios como los que se abren hasta los confines del firmamento que se extiende frente al mirador del santuario mariano de Itziar.
Desde luego la gran escala del país vasco culmina, tras el paso por Guernika, en Bilbao, en cuyo pórtico, visto desde el moderno Puente de La Salve, se devela el monumental museo Guggenheim y sus amplios y sinuosos andadores dispuestos armónicamente al lado del río, que reluce su cauce enmarcado por un amplio repertorio de obras contemporáneas, con la firma de artistas y arquitectos de renombre como Calatrava.
Al dejar la industriosa urbe de Donostia nos aguardan numerosos acogedores poblados costeros asentados en íntimas calas y ensenadas que prosiguen hasta la muy próxima comunidad de Cantabria, en donde pronto topamos con la pintoresca villa de Castro Urdiales, con sus muchas barcas cobijadas en su dársena, el alto enclave de su catedral gótica, que junto su esbelto faro, se asientan sobre el promontorio que preside este puerto tradicional que sirve de antesala a Santander.
Una vez en la capital de Cantabria hallamos el bajo contorno de elegantes casas y edificios dispuestos en los flancos de su tranquila bahía, que semeja un lago sumido en la inmensidad. En las afueras de la ciudad nos aguarda una visita al solar más emblemático de la plaza: el gran parque de Península de la Magdalena, con sus amplios jardines, caminos y andadores que se pueden recorrer descansadamente en el tren turístico que conduce hasta el Real Palacio, realzado con sus amplias terrazas que presiden la entrada a la bahía. Un poco más adelante se llega a la torre del faro del Cabo Mayor, ergido sobre vertiginosos peñascos y que alberga un museo con magníficas pinturas de temas marinos, tan abundantes en las costas de España.
Al continuar, el Camino nos aleja momentáneamente del océano para ingresar en los parajes sutiles y ondulantes de las colinas de Cantabria, con sus casas de tejas rojizas y paredes blancas, o también edificadas con las ocres texturas de la piedra. Uno de los lugares más resaltados es Santillana del Mar, que curiosamente como dice el dicho popular …”ni es santa, ni es llana, ni está junto al mar” pero que es una de las escalas turísticas más apreciadas del norte de España, y además situada muy cerca de las Cuevas de Altamira y sus ancestrales pinturas de arte rupestre. Igualmente indispensable resulta el hacer una pausa en la cercana villa de Cóbreces, en donde podemos relajarnos ante las inolvidables imágenes de la abadía de Santa María de Viacelli y la iglesia de San Pedro Ad vincula, rodeadas de un entorno plácido y campirano que invitan a una emotiva admiración.
Prosiguiendo por el Camino del Norte, retomamos la vía de la costa para atravesar puntos entrañables de grato encanto e interés. Entre ellos destaca el contorno señorial de Comillas, que en el siglo XIX fuera la villa veraniega favorita de Alfonso XII y de numerosos miembros de la corte. El magno edificio de tonos rojizos y de aspecto palaciego que capitanea la plaza es en realidad la sede de la Pontificia Universidad de Comillas, desde donde se vislumbra el panorama de esta aristocrática ciudad.
Más adelante, ya en Asturias, encontramos el puerto de San Vicente la Barquera que está ligado a una cadena de aldeas y villas costeras con nombres como Llanés y Ribadesella, de donde parte el camino hacia el bello santuario de Covadonga, enclavado la mitad del trayecto que concluye ante los Picos de Europa.
A lo largo de todo nuestro paseo por los sorprendentes contornos de la geografía marina de Asturias, nos aguardan memorables estancias en donde sus aguas se adentran en especie de Fiordos. En algunos de ellos, cerca de Cudillero, se observa un curioso tipo de cabañas oscuras llamadas hórreos, que son vetustos graneros suspendidos sobre pilones, y que semejan moradas salidas de la fantasía de cuentos ancestrales. Antiguamente se empleaban para almacenar cosechas, aunque gracias a su singular fascinación y atractivo, un buen número de ellas actualmente están viviendo una segunda juventud, siendo adaptados para servir como compactos, pero confortables, hostales y aposentos evocadores de otras eras.
La muy amplia y diversa expedición asturiana prosigue hasta la siguiente escala en el importante puerto de Gijón. A partir de esta magnífica encrucijada el camino se bifurca y bien se puede optar por la ruta diagonal que parte hacia Oviedo, o bien proseguir un trecho más por la cornisa del Cantábrico. La ciudad de Oviedo, de gran alcurnia y tradición, marca el origen del Camino Primitivo, instaurado por Alfonso II, el Casto, quien en el siglo IX acudiera a venerar la tumba del apóstol y fundara los primeros grandes templos dedicados a la veneración del apóstol.
Quienes optan por el camino de la costa gallega, avistan sus famosas rías y numerosas ensenadas, dispuestas en una vasta región pletórica de puertos milenarios, dotados de abundantes atributos históricos y naturales entre los que sobresalen Luarca, –la villa blanca–, Navia y Castropol que se ubica ya delante del pueblo de Ribadeo, en donde tradicionalmente la ruta se interrumpe para dirigirse hacia Santiago. Sin embargo, antes de partir del hechizante litoral marino aún podemos visitar algunas de las formaciones rocosas más notables de Europa, especialmente en la playa de las Catedrales, con altos macizos y farallones que asumen la forma de formidables arcos rugosos y corpulentos, que parecen surgidos de las arenas y el mar.
A todo lo largo de su paso por Galicia, el Camino del Norte está acompañado de diversas escalas y etapas compuestas de una serie de villas y aldeas– como Vilanova, Mondoñedo o Villalba–, esparcidas a lo largo de una sucesión de cautivadores valles, campos y forestas. Estas poblaciones, y otras más, rematan en la visita obligada a la ciudad de Lugo, en cuyo casco antiguo corre su muralla romana de más de 1,700 años de antigüedad, un Patrimonio Cultural de la Humanidad que aún luce su imponente y afamada traza milenaria.
Dejando atrás este venerable destino, aún falta recorrer cerca de 100 kilómetros hasta Santiago de Compostela y aprovechar la oportunidad de deambular por lugares en las cercanías, como el insigne Monasterio del Sobrado, uno de los más señoriales de 
España.
Finalmente, al cabo de cerca de un mes de traspasar incontables lares y barreras, la Ruta del Norte se suma con la parte terminal del Camino Francés, un encuentro que renueva el ánimo necesario para concluir la última etapa, en donde el ascenso hasta el mirador del Monte del Gozo, anticipa ya la entrada triunfante en la Plaza del Obratorio. Delante de esta transitada y solemne esplanada los elevados campanarios de la Basílica de Santiago resuenan varias veces al día, como una señal de exaltación y bienvenida a los peregrinos devotos, así como a los entusiastas aventureros que han realizado la hazaña, interna y externa, de alcanzar este rumbo en donde el espíritu fatigado se alivia con la plenitud de haber cumplido el anhelo que busca fusionar nuestro paso terrenal con el místico camino de lo intemporal. .

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