Reflejos desde

La Alhambra

Aún con sus inumerables visitas, la Alhambra continua siendo un 
lugar de encantamiento, en donde el esplendor del arte islámico puede apreciarse dentro del ámbito de occidente

En la Alhambra se percibe sobretodo el acentuado contraste entre sus altas y duras murallas, con su arte bordado en miles de filigranas deslumbrantes y juegos de agua. Enumerar en un breve acercamiento todos sus suntuosos y relajantes espacios sería una tarea futil. Baste decirse que abarca un área de más de 100 hectáreas en donde el terreno, el tiempo y la arquitectura se han bordado entre sí en un recio enclave aferrado a la tierra y a la sierra de España.
Sin embargo sí se debe hablar una vez más de este lugar para retomar muchos de sus extraordinarios logros, que aún tienen mucho que aportar a la vida y la conciencia del siglo XXI.
Aunque sus primeros elementos constructivos como fortaleza datan del siglo XI, el Palacio de Carlos V de planta circular de estilo renacentista, iniciado en 1534, no fue terminado sino hasta el siglo XX y se distingue por su característico cerco de decenas de espigadas columnas dispuestas en un cerco de dos pisos. Su sugerente nombre “Alhambra” deriva de la voz árabe al-hamra que se refiere al color rojo, quizás atribuible a la rugosa epidermis de sus muros, al color de las antorchas que la alumbraban cuando se construía de noche, o al color de la cabellera de su principal promotor: Al-Hamar, llamado el Rojo, fundador de la poderosa dinastía nazari que dominó el reino de Granada por más de 250 años.
Hoy esta ciudad palatina, junto con su villa extramuros del Generalife, se yergue quizás como el mejor momento del hombre en su añorado ensueño de convivir y comulgar, íntima y armónicamente, con la naturaleza. En ese sentido no es sólo un lugar antiguo, sino un modelo a seguir, que el mundo contemporáneo quizás ha extraviado. Además es un lugar que incorpora a cada centímetro la sensibilidad artística andalusí que, admirada, recrea la creatividad y la estética de lo natural. Y no deja de sorprendernos que todo eso se dé bajo el precepto islámico de excluir la representación humana y animal, en un esquema de infinitos arabescos diametralmente opuesto al del arte occidental, en donde la representación antropomórfica es siempre predominante, desde las metopas griegas hasta los excesos del barroco.
La inspiración de cientos de artistas y orfebres árabes deviene entonces de otras fuentes, como la del pensamiento expresado en alrededor de diez mil inscripciones emanadas de poemas, versos del Corán y jaculatorias, que se tejen como un tapiz de piedra y yesería que se esparce como un hermoso tatuaje en los muros y recintos de la Alhambra.
La imagen de este artículo corresponde a la del Patio de los Arrayanes con su alberca serena y en fuga, detrás de la cual se asoma el corpulento torreón de Comares y en su interior su amplio recinto de 18 metros de alto, en donde cada centímetro se encuentra decorado.
La Alhambra fue la gran gema y el más preciado tesoro que los monarcas árabes debieron entregar a la caída del Reino de Granada en manos de los Reyes Católicos. Y cualquier mortal no puede dejar de sentir la mayor compasión cuando el rey Bobadil lloró al saber que, además de su cetro, estaba perdiendo un paraíso terrenal sin par.
Actualmente este lugar ancestral, sede de la más alta aristocracia, hoy puede ser transitado por cerca de tres millones de visitantes al año. Un Patrimonio Cultural de la Humanidad que sigue inspirando la versión romántica que tan bien plasmara el primer españista extranjero: Washington Irving, que en 1929 residiera en las estancias del rey Carlos I para escribir sus célebres Cuentos de la Alhambra.
De su acopio y fantasía han surgido historias como de las Mil y una Noches, habitadas por múltiples personajes como astrólogos y prestidigitadores, o princesas enclaustradas en un antaño afán de pureza, junto con una copiosa colección de romances añorantes y nobles hazañas. La Alhambra siempre inspira, la música de Recuerdos de la Alhambra de Francisco Tárrega, o los conciertos de artistas contemporáneos, como Lorena McKennitt en 2006 en el salón de Comares, perpetúan su resonancia. Incluso un asteroide, que lleva su nombre, le ha dado una dimensión cósmica a este bastión que alguna vez sus moradores soñaron como un espacio sublime, capaz de rozar la suave mejilla del cielo.

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