Peñíscola
El “Gibraltar” de Valencia
Desde su escarpada vista, el antiguo castillo Papal, aún corona la magnífica vista de su larga playa enmarcada en las costas valencianas
El sólido perfil de Peñiíscola, el cual luce a manera de una especie de ínsula enmarcada por las aguas, nos hace recordar a otro enclave emblemático de Europa: el de Mont Saint Michel en Normandía. Y así como el monasterio bretón aún se mantiene distanciado del ámbito inmediato de lo mundano, igualmente en el pasado también este castillo valenciano quedaba aislado de tierra firme cuando se elevaban las aguas del mar.
Nombrada como Bien de Interés Cultural, en la actualidad Peñíscola, que pertenece también a la red de Los pueblos más bonitos de España, es ya uno de los resorts más concurridos de la costa del Mediterráneo. Ubicada a 220 kilómetros al sur de Barcelona y 135 al norte de Valencia, conforma un binomio con la ciudad costera de Benicarló, ya que ambas villas están unidas por un largo malecón que bordea la extensa Playa Norte de siete kilómetros de longitud y que conduce hasta el peñón. En sus costas se practican todos los deportes náuticos y acuáticos, incluyendo el moderno Flyboard. así como gratas navegaciones al delta del Ebro y las islas Columbretes. La ciudad está flanqueada de numerosas playas y calas, que en su extremo sur suelen ser más apartadas y serenas donde se puede disfrutar de un ámbito calmo y apacible.
Sin embargo, a pesar de todo el abanico de servicios modernos, la atracción principal de la región continúa siendo el antiguo Castillo-Palacio de Peñíscola. Su forma predominante se atribuye a los Templarios, quienes la edificaran sobre la antigua alcazaba árabe que comandaba la región. Su construcción data alrededor del año 1300, y posteriormente adquirió una mayor notoriedad por ser la casa del Papa Benedicto XIII, durante mediados del siglo XV. Este pontífice, originario de Navarra fue conocido como el Papa Luna, protagonizó un episodio de disputas por su legitimidad durante la era del Papado en Aviñón.
En esa época del llamado Cisma de Occidente, llegaron a haber incluso tres Papas, y aunque el Papa Luna realizó una férrea defensa de su legitimidad, terminó por ser desconocido, e incluso ser calificado como hereje y “antipapa”. De cualquier manera continuó viviendo hasta el fin de sus días en este austero entorno que mira fijamente hacia el mediterráneo.
En el siglo XVI se erigieron sus murallas renacentistas, las cuales ofrecen vistas impactantes, a manera de balcones y acantilados que dan el efecto de una larga caída hacia el mar.
En el interior del Castillo-Palacio se aprecian grandes salas y estancias en las que se aloja un museo sobre la historia de los Caballeros Templarios, y que durante el verano sirven de magno escenario para la representación de obras de teatro y conciertos de música antigua y barroca, a los que asisten cerca de 3,000 espectadores. Más allá de sus longevos portones, la fortaleza está circundada por un casco medieval que alberga moradas y edificios bajos de marcado acento andaluz. Su aspecto se caracteriza por múltiples calles empinadas y empedradas que recorren las rutas abigarradas de la plaza, muchas veces comparada con un atractivo laberinto salpicado por tiendas, cafés, bares, albergues y mesones de un gusto a la vez refinado y provinciano.
Para los amantes del gran cine épico, Peñíscola quedará enmarcada como la inolvidable locación que hace las veces de una Valencia ficticia, en la superproducción que realizara Hollywood, en los años 60, sobre la vida del legendario Cid Campeador. En la escena final, el Cid, protagonizado por Charlton Heston, campea la última batalla hasta lograr vencer al califa Ben Yusuf quien sitiaba la plaza. La pantalla hizo sin duda inolvidable la vista panorámica de la extensa playa, cuya última curva conduce hasta las corpulentas murallas del bastión medieval y que rematan en la alta fortaleza que resguarda la villa.
Este set natural luce con claridad en la mañana y al mediodía, en tanto que desde el atardecer cobra una silueta enigmática, la cual resalta su lograda iluminación nocturna que lo hace resurgir con su contorno a la vez mágico e insinuante. En el clímax de la película, las puertas del bastión se abren para dejar pasar al Cid, ya muerto, quien se yergue noblemente amarrado a su cabalgadura para hacer huir a las huestes despavoridas que lo toman por un ser sobrenatural que cabalga sobre la arena, pisoteando el oleaje. Así el gigantesco ejército moro de pronto queda derrotado ante la aparición del campeón de la cristiandad, cuyo avance prosigue hasta casi fundirse con el mar.
El amanecer o el ocaso son un momento para rememorar ese pasaje y presenciar la gallarda estampa de la plaza cuyo porte se acrecienta con el paso de las centurias.
Hoy en día las playas que conducen al noble peñón ya no están desiertas, sino ocupadas por numerosos edificios y condominios que se alinean sobre la avenida costera, y en vez de guerreros con largas vestiduras, son ahora recorridas por turistas y bañistas en trajes cortos que le brindan el colorido aspecto que tanto atrae a los visitantes de este legendario puerto de la España mítica e inmemorial.