Historias vivas de
Segovia

El Alcázar, antigua sede de la corona, en la actualidad reina como uno de los lugares mejor preservados y emblemáticos del alma ibérica

Arribar a Segovia, cuyo perímetro se rodea del flujo refrescante de los ríos Eresma y Clamores, es llegar a un enclave admirable del linaje histórico de España. Cercana en distancia y a la vez lejana del bullicio de Madrid, en ella se reúnen las culturas seminales que han forjado las aristas del semblante hispánico.
Iniciamos por presenciar una de las más connotadas joyas del pasado remoto romano, formada por la alta y fina arquería del acueducto, que intersecta la médula urbana de la ciudad antigua. A su vez, muchas de sus principales construcciones relucen la magnificencia del arte islámico y mudéjar, con su intrincada orfebrería de formas bordadas e hipnotizantes. En la ciudad vieja se encuentran también los compactos barrios habitados copiosamente por los judíos en la antigüedad y esbozados por la traza de sus calles estrechas.
Todo este entorno está resguardado, hoy como ayer, por el grueso cerco castellano de la gran muralla que circunda su trazo ojival. Como en toda gran ciudad señorial y devota, la catedral parece coronar el conjunto, con su estructura del gótico tardío, de grandes proporciones con complejas arquitrabes y arbotantes. Su diseño remata en la torre de su espectacular campanario que se alza como un faro descomunal sobre la semiárida orografía de su paisaje, paralelo a la cordillera dentada de la sierra de Guadarrama. De hecho la catedral, el acueducto y la ciudad antigua, son los lugares señalados por la UNESCO, desde 1985, como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sin embargo, en realidad podrían ser muchos más, si el paseante se detiene a valorar el laberíntico entramado de los tantos elementos que conforman sus plazas y calles. Un ejemplo es la imponente Casa de los Picos, resguardada por la epidermis de sus hacinados prismas piramidales, que se muestran como una especie de textura contemporánea adherida a los muros añejos y ancestrales.
Pero el punto que resume la traza cartográfica, es el pronunciado vértice del tajo donde se yergue el Alcázar de Segovia. Muchos lo han descrito con el símil de una gigantesca quilla que encabeza el enorme navío que es la ciudad la cual, inmóvil, parece querer avanzar con su enorme masa hacia el paisaje de las tenues planicies que se extienden delante de su vista amplísima, la cual yace a sus pies desde sus altos miradores y múltiples puntos de observación.
Rodeando el conjunto se aprecia también la torre rectangular de Juan II, con sus fornidas guarniciones y que en su interior alberga suntuosos salones con un soberbio porte medieval.
El Alcázar es un castillo singular entre las demás fortificaciones y palacios de imaginario ibérico. Comparte, junto con Neuschwanstein en Baviera, esa silueta que reencarnó más adelante en el castillo de la Cenicienta, como ícono y estandarte del reino del entretenimiento de Walt Disney,
Su arquitectura revive la gloria de los reinos de la dinastía de los Trastámares de España, que en América nos es más cercano, ya de éste proviene el binomio de los Reyes Católicos, y especialmente el de la soberana Isabel, la cautivante mecenas del descubrimiento del continente nuevo.
Durante la Edad Media, Segovia fue elegida como sede real, ya que ahí había excelentes cotos para la caza y una fortificación sin par que brindaba rumbo y seguridad. Pensar en todo ello invita a aventurarse a mirar hacia el horizonte desde sus altas torretas, en donde Alfonso X, el sabio, observara pacientemente el giro misterioso de la órbita estelar. Sin embargo, también es grato descender para deambular hasta situarse en un punto bajo, en donde el castillo expresa su corpulencia, que termina en la exquisita delicadeza de sus torres rematadas por espigados chapiteles.
Hoy como ayer, el Alcázar parece custodiar la plaza y resguardar las numerosas iglesias, plazas y conventos construidos para la posteridad, con una hermosa paleta de materiales pétreos, al igual que de coloridos ocres y sepias.
Ante el frenesí modernista, conviene clavar los ojos en el cuidado semblante de Segovia, una ciudad que parece desafiar a su tiempo y al nuestro, como un lugar en donde el señorío y la vida discreta y cotidiana conviven y nos llaman.

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