El Camino de Santiago / Parte 5
Emprendiendo la larga odisea de La Vía de la plata
Un trayecto extenso y esforzado que se entrelaza y conduce a algunas de las villas y ciudades más emblemáticas de España
Esta ruta para llegar a Santiago es una de las más extensas de todo el territorio español. En la actualidad comprende 960 kilómetros, ya que a lo largo del tiempo se ha ido ampliando hacia el sur, aunque los erudi- tos más estrictos la delimitan únicamente a los 470 kilómetros que cubren el trayecto desde Mérida hasta Astorga. A partir de este punto la Vía se conecta ya con las escalas que forman parte del tramo final del Camino Francés.
Debido a la gran cantidad de peregrinos que se concentran en los caminos del Norte y el Francés, esta ruta ha cobrado una creciente popularidad, especialmente entre aquellos expedicionarios que prefieren espacios y trayectos más apartados y tranquilos durante los tramos campestres, y en donde las distancias entre po- blado y poblado, a la vez que las que separan a ciudades entre sí, suelen ser mucho más considerables que las que se encuentran en las sendas que viajan a Santiago por el norte de Europa.
Al planear la visita, el clima es una aspecto muy importante a considerar. Las temporadas de alto calor ve- raniego, como julio y agosto, al igual que los meses de clima invernal, que se extienden incluso hasta abril, no son aconsejables, ya que la severas inclemencias del tiempo solo pueden ser afrontadas por los peregri- nos de temple más sacrificado y tenaz.
Los orígenes de la La Vía de la Plata se remontan siglos atrás, ya que es una ruta ancestral y precristiana, que bajo otros nombres, existió desde los albores de la época romana. Durante el imperio se utilizó como una arteria estratégica para el comercio y las largas campañas bélicas emprendidas para alcanzar la con- quista del norte español.
En realidad el nombre romántico de Vía de La Plata es un término que se acuñó posteriormente, pero tal vez debido a su carácter sugerente y de gran evocación, ha permanecido así desde los tiempos de Cristóbal Co- lón. Cabe notar que esta voz nunca ha tenido nada que ver con el preciado metal, sino que proviene de una deformación del término árabe que se refería a “un sendero de piedra”. También se le conoce como la ruta mudéjar, ya que durante el dominio musulmán, aparte de fungir como una arteria estratégica y comercial, era también la vía utilizada por los mozárabes en su peregrinar a Santiago. Más adelante, con el auge del culto jacobino, la senda sirvió también como el eje por el que transitaban los peregrinos provenientes del sur del Mediterráneo, o incluso de las costas de África.
El principal atributo que distingue a esta vía es el que nos permite recorrer algunas de las regiones más atractivas del sur de España, abarcando vastas regiones de fuerte identidad como Andalucía, Extremadura, así como Castilla y León, antes de entrar en Galicia. A su vez, por su gran extensión, ofrece la oportunidad de cruzar cinco de los grandes ríos de España, empezando, de sur a norte por el Guadalquivir, el Guadiana, el Tajo, el Duero y finalmente el Minho.
A lo largo de ellas se encuentran, ciudades primordiales de gran significado y belleza como Sevilla, Cáceres, Plasencia, Mérida o Zamora, urbes que se entrelazan con un rico racimo de pequeños poblados diseminados en llanuras y montañas, al igual que en zonas húmedas y boscosas, conforme se asciende hacia el norte.
El inicio del trayecto más largo parte de Sevilla, ciudad refrescada por el curso del Guadalquivir y que in- vita a vistar un amplio repertorio de lugares afamados, en donde lo íntimo convive con lo grandioso. Entre ellos sobresale el Real Alcázar de Sevilla, con su exquista orfebrería de formas labradas en piedra, y cuya complejidad ornamental, resguardada en el frescor de sus patios, coinciden en mucho con el esplendor del arte arábigo alcanzado en Granada. También en su centro histórico se alza su imponente catedral, que además de ser la tercera en extensión a nivel mundial, forma parte del complejo gótico más grande del orbe, el cual se extiende por cerca de 12 mil metros cuadrados. Su estructura más visible es la torre de La Giralda, que con casi 100 metros de altura, ha sido por siglos una de las construcciones más elevadas de Europa. Esta gallarda estructura se erigió en 1212, durante la dominación musulmana, aunque posteriormente fue reformada en los siglos XVI y XVII. Su aspecto final data de 1921, cuando la columna original quedó circunscrita al fuste que remata los varios niveles del campanario cristiano.
Además del Alcázar, otro de los grandes emplazamientos sevillanos es la magna Plaza de España, cons- truida con motivo de la Expo Iberoamericana de 1924. Su traza semicircular, frente al gran estanque que permanentemente la refleja, es una de las vistas más memorables de Andalucía. De ese periodo data también el gran y lujoso hotel de Alfonso XIII de aspecto decimonónico, y que ha sido el destino preferido de muchos famosos y celebridades. La oferta de hospedaje de la ciudad se complementa con albergues para peregrinos, así como con un moderno repertorio de hostales para jóvenes. Todos ellos, junto con sus numerosos patios y terrazas acompañan el carácter vivo y bullicioso de la ciudad, cuya zona más renombrada es el barrio de Triana, de claro temple andaluz, con artistas y virtuosos que ha- cen gala de su arte flamenco en sus concurridas plazas, bares y callejones.
Indudablemente el ámbito histórico de Sevilla es lo más cautivante, con joyas pintorescas de pequeña escala como La Torre del Oro, que se refleja en el río. Sin embargo, ya en el siglo XXI, Sevilla se pro- yecta de un modo acentuadamente modernista, con la escultura urbana del Cosmopol, bautizada co- loquialmente como Las Setas: un cobertizo monumental y estrambótico en forma alusiva a las de las plantas de los hongos, que también sirve como andador, y es considerada como la mayor estructura de madera en el mundo.
Al dejar atrás Sevilla, rumbo a Santiago, hay que atravesar un grato rosario de poblados y pequeñas villas rurales con nombres como Guillena, Almadén de la Plata y Castilblanco de los Arroyos, en donde nos deslumbra su armoniosa blancura, hasta cruzar Villafranca de los Barros, una acogedora villa que antecede la llegada a Mérida.
Esta noble plaza, asentada en las orillas del Guadiana, fue conocida en la antigüedad como Emérita Augusta, en honor a su fundador, el emperador Augusto. Por su sobresaliente acumen de restos ar- queológicos de la cultura romana, representa un enclave único en toda España. Entre sus vestigios más famosos están el Teatro Romano, el Templo de Diana, el Acueducto de Los Milagros, y especialmente el Puente Romano, que con 60 arcos y casi 800 metros, es el puente más largo del mundo antiguo que aún sobrevive hasta hoy. Por su parte, el Museo de Arte Romano concentra la colección más completa de historias y arte de este período, exhibidas con una acertada y meticulosa museografía.
Después de Mérida, La Vía de la Plata nos lleva hasta Cáceres, que es igualmente un destino milenario y estrecho, con trazos caprichosos y casas entramadas, lleno también de comercios modernos y ame- nidades para gustar de excelentes escalas enológicas y culinarias. Desde 1986 Cáceres, considerada como uno de los tres conjuntos más monumentales de Europa, ostenta el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad, y la esmerada preservación de sus plazas y monumentos, tanto medievales como re- nacentistas, que le han hecho ser el escenario de muchas películas de la época romana o del medievo. Por su carácter evocativo y literario el casco antiguo puede recorrerse en la compañía de visitas tea- tralizadas a cargo de pregoneros y actores ambulantes que le añaden sabor y carácter de época a la estancia.
Ampliando la visita hacia las afueras, a una corta distancia rumbo al noreste, se llega a un lugar parti- cular e impactante: el Mirador de La Memoria, que se alza en las cercanías de la población de El Tono, y en donde se encuentra un grupo escultórico de figuras humanas desnudas y austeras que miran de manera fija e intrigante hacia el horizonte de las colinas del Valle del Jerte, en Extremadura.
Al apartarse de Mérida hacia el norte, antes de arribar a Salamanca es recomendable procurar que el trayecto abarque a su vez la señorial ciudad de Plasencia, para detenerse a admirar su imponente ca- tedral gótica, junto con un extenso acueducto, al igual que murallas y parques urbanos con hermosas fuentes que salpican plazas y paseos. Cumplida esta meta, plena y reconfortante, podemos reanudar el ánimo para alcanzar villas más pequeñas como Aldeanueva del Camino o la Calzada de Béjar, en donde se aprecia el camino de las viejas fábricas asentadas en la parte alta de una barranca y en las que sus andadores corren al lado de una refrescante calzada de agua.
Una vez llegados casi la mitad del camino de La Vía de La Plata, otro de los grandes encuentros que aguardan al caminante es el de la Ciudad Dorada o Ciudad Palatina. Estos sobrenombres co- rresponden a Salamanca, un lugar de merecido renombre por su distinguido historial académico, encabezado por su prestigiada universidad. Dentro de sus principales atractivos están el Con- vento de San Esteban o la Catedral Nueva, adornada por una profusión de retablos que llevan la firma del propio Juan de Churriguera, quien acuñara el rebuscado estilo del churrigueresco que lo caracteriza. En cuanto a un notable ejemplo de arquitectura civil está la Casa de las Conchas, actualmente sede de la Librería Pública. El tema de su diseño se debe a su dueño, Rodrigo Maldo- nado Talavera, caballero de la órden de Santiago, quien eligió al símbolo de Santiago, para cubrir enteramente la fachada, con cerca de 300 conchas que sobresalen vistosamente de sus muros.
Como un reconocimiento internacional a su importancia y legado, en el 2002 Salamanca fue fue proclamada como Capital de la Cultura Europea.
Después recorrer las típicas villas y poblaciones ubicadas delante de Salamanca, nos espera Za- mora, una ciudad de gran encanto que se extiende de manera descendente a un costado del río Duero. Ha sido nombrada como La Perla del Duero, o la Joya del Románico, ya que cuenta con 22 iglesias patrimoniales y un vasto catálogo de construcciones de esta época. Su catedral se re- conoce por la forma peculiar de su cúpula de media naranja, recubierta por gajos realzados con un intricado diseño de escamas. En una de la zonas antiguas de la ciudad se aloja la importante colección de Baltazar Lobo, uno de los grandes escultores del siglo XX y escala obligada para los amantes del arte moderno. El abanico de atracciones de la ciudad se ha ampliado con la reno- vación reciente de las fortificaciones y prados del Castillo de Zamora, muy gustado por sus visi- tantes.
Además de sus construcciones, Zamora también es famosa por la calidéz de sus expresiones hu- manas y populares. Entre ellas, la Semana Santa convierte a sus templos, balcones, plazas y an- dadores en un espectáculo excepcional, que atrae a visitantes de todo el mundo, para presenciar las impresionantes largas y solemnes marchas de fieles con sotanas y mantas de cófrades, así como de muchos otros conjuntos ricamente ataviados. En su perfil más mundano Zamora, al igual que en buena parte de Andalucía y Extremadura, destaca por su cultura gastronómica, con pla- tillos de firma y donde además el tapeo asume un rol protagonista, como una especialidad local de alta cocina en miniatura, que nos halaga con un menú de formas innovativas y sorprendentes que pueden degustarse tanto en su calles, como en algún célebre restaurante cobijado bajo las bóvedas de un ex convento.
Al dejar atrás Zamora proseguimos hacia otras cinco escalas que comprenden nombres como, Granjas de Morelula o Benavente, villa que cuenta con un magnífico parador, ideal para pasar una estancia suntuosa de estilo medieval. A continuación se topa con Alija del Infantado, con las vistas de su macizo castillo de gruesas murallas y torretas circulares, así como La Bañeza, una aldea campirana presidida por la alta y espigada torre de su iglesia parroquial.
Estas poblaciones, aunque pequeñas ofrecen una grata diversidad, de vistas y encuentros nota- bles que acompañan al viajero hasta finalmente desembocar en Astorga, punto de unión con El Camino Francés hacia Santiago, y con el que La Vía de la Plata se enlaza de aquí en adelante.
Este enclave fue descrito brevemente en el segundo artículo de esta serie, pero conviene recalcar que aquí se asienta el extravagante Palacio Espiscopal de Astorga, actualmente Museo del Cami- nero, que es autoría del propio Gaudí. Los jardínes que enmarcan el palacio están parcialmente amurallados y, junto con la elaborada arquitectura de su catedral, forman un ensamble artístico y urbano de sugerente atractivo e importancia.
Las cerca de nueve escalas que aún restan desde Astorga hasta la culminación del camino, bien podrían ser un viaje en sí mismo. Las villas que esperan son Ponferrada, con su emblemático castillo al que se llega por el andador arqueado de su puente levadizo, y en donde también se puede hacer una escapada campestre para llegar a las peñas de Las Médulas, una agrupación de extrañas formaciones de roca y arena que se asientan en las caídas de las montañas aledañas a la villa. Al continuar encontramos Villafranca del Bierzo, población mayor pero inmersa en la na- turaleza circundante, como un remanso en el camino. El siguiente punto notable es O’Cebreiro,
en donde aún se encuentran algunas de sus rústicas y ancestrales casas, rematadas por grandes techados de paja, y que permiten al andante admirar algunas de las moradas más antiguas de Europa. Desde ahí se suele ascender hasta un alto mirador en el que la escultura de un peregrino anuncia ya la proximidad del ansiado destino.
Una vez en Tricastela se puede tomar el camino montañoso que desemboca en la bella imagen del gran mo- nasterio benedictino de los santos Julián y Basilisa, uno de los hallazgos resguardados en la compleja oro- grafía de Galicia. Cerca de ahí, Portomarín también es un enclave especial, ya que su casco histórico luce enmarcado como una pintura en la que murmuran las varias corrientes y estuarios del Río Minho.
A partir de este punto la meta jacobina se vuelve al fin cercana: solo hay que seguir pacientemente las sen- das de terracería que penetran en los ámbitos paisajísticos de la región, en donde la caminata nos lleva en- tre calzadas estrechas bañadas por el artístico contraluz de los árboles, o los avistamientos de las tantas colinas alternadas con verdes cultivos y las frondas de sus bosques. Desde aquí, las últimas poblaciones son Palais de Rei, Arzúa y Pedrouzo, la antesala final, a tan sólo 32 kilómetros del Santuario de Compostela.
Sin considerar los tiempos de estancia que los viajeros destinen para conocer aún más el amplísimo listado de poblaciones y lugares que conforman La Vía de la Plata, la travesía suele llevar alrededor de 29 días. Esta longitud la convierte en uno de los caminos con mayor diversidad dentro del amplio espectro de rutas que conducen a Santiago. Tal vez el sentimiento que acompaña a quienes logran consumar esta gesta ambiciosa, es quedar con las memorias vívidas e imborrables, acumuladas en el curso de la gran diversidad paisajista y cultural de España. La Vía de la Plata es un corte longitudinal que corre por las entrañas del país para cul- minar en la ciudad destino, en donde las torres ascendentes de sus campanarios parecen brillar como un faro que guía a quienes las buscan y persiguen como un anhelo, para muchos impostergable, que inspira, cautiva y reconforta a través de los siglos.