SIGUIENDO LOS PASOS DEL
Camino de Santiago
En el extremo de la tierra, la fe y la modernidad se funden
Hablar del Camino de Santiago es una tarea a la vez extensa y compleja. Por un lado hay que considerar su longeva trascendencia espiritual y religiosa. Por otro, hay que abarcar la multiplicidad de trayectos y rutas que pueden llevarnos hasta allá; la camaradería, experiencias y vivencias de los peregrinos, así como el aspecto histórico, económico y cultural que ha jugado en la conformación y preservación del perfil europeo.
Lo primero que hay que dejar asentado es el porqué de la mística y la fe que atraen a miles de peregrinos de todo el mundo después de casi dos mil años.
Todo parte de la figura del apóstol Santiago el Mayor, fiel discípulo de Jesucristo. Su nombre hebreo era el de Jacobo, pero al expresarse en latín como Santus Iacobus, y en castellano antiguo como Sant Iaco, finalmente se acuñó el nombre de Santiago. La leyenda en torno a este insigne discípulo y predicador es que viajó hasta los confines del entonces imperio romano para difundir el evangelio. Sin embargo encontró un ambiente adverso para convertir a las comunidades de sus habitantes, hasta que experimenta la aparición de la Virgen del Pilar, en la actual Zaragoza. Así concluyen sus tres años de peregrinar en esas tierras para regresar a Jerusalén, en donde Herodes Antipas lo hace decapitar. También prohibió darle sepultura, pero sus discípulos rescataron su cuerpo, depositándolo en un sepulcro de mármol que fue embarcado por el mediterráneo hasta llegar a los confines de la actual Galicia.
Allí fue enterrado y pronto su culto fue prescrito, por lo que gradualmente cayó en un largo olvido hasta que, en el año 812, un eremita llamado Pelayo descubriera el lugar de la tumba al observar una extraña y fascinante luminiscencia que irradiaba sobre de ella, y en donde, al excavar, encontró la tumba con la inscripción del nombre del apóstol.
De inmediato avisó al rey de Asturias, Alfonso II el Casto, quien ante el suceso lo nombró patrono de España y mandó erigir un templo consagrado a su culto, en el lugar que hoy ocupa la Catedral-Basílica de Santiago, En recuerdo a la luminiscencia, semejante a las luces del cielo, se le dio el nombre de Campo Estela (Campo de Estrellas), nombre que derivó en la actual voz de Compostela.
A partir de entonces fue adquiriendo una preeminencia creciente, a lo que se sumó el ser una de las últimas franjas territoriales que quedaban en poder de los españoles, y desde la cual surgió el empuje que marcara la lucha por la reconquista de España. Esta gran gesta épica, que coincidió con el momento del hallazgo, dio origen a muchas leyendas atribuidas al apóstol. Una de ellas menciona como en la emblemática batalla de Clavijo, un caballero en un corcel blanco combatió al lado del rey para repeler a los asaltantes moros y alcanzar la victoria. Por ello también el venerable santo se convirtió en un símbolo toral de la reconquista y sus combatientes se lanzaban al combate esgrimiendo el grito de ¡Viva Santiago!
De acuerdo a su alto rango espiritual y estratégico, el Camino fue muy visitado en la época medieval, alcanzando su mayor auge durante el siglo XIII. Sin embargo, con el tiempo, su importancia fue disminuyendo hasta convertirse en un evento más esporádico ya no tan frecuentado por los fieles.
A pesar de ello el fenómeno revivió especialmente en la segunda mitad del siglo veinte, cobrando un nuevo interés y vigencia. La visita del papa Juan Pablo II en esos años sirvió de impulso para consolidar el nuevo auge del Camino.
Las rutas para llegar a este destino, el tercero en importancia para los católicos, –después de Roma y
Jerusalén– son múltiples y diversas, ya que pueden partir de varios puntos cardinales. Las más tradicionales son las que arrancan de los Pirineos, especialmente el llamado Camino Francés que inicia, ya en la frontera con España, a partir de el poblado de Luzaide / Valcarlos, para luego adentrarse por Navarra hacia Orreaga / Roncesvalles, sede del Cantar de Roldán.
El trayecto es pleno en variedad de paisajes, pueblos, caseríos y ciudades. Antiguamente los peregrinos se identificaban por sus ropajes típicos, consistentes en capa, bordón con calabaza para el agua, conchas de mar, conocidas con el nombre de vieiras, ya sea para emplearlas como talismán, para beber agua o como decoraciones sobre sus túnicas. El atuendo se complementaba con un sombrero de ala ancha y una gruesa alforja de cuero. Este vestido los identificaba, dándoles a la vez acceso a la hospitalidad de quienes asistían a los viajeros. No obstante también fue utilizado por malhechores para hacerse pasar por peregrinos, lo que motivó que incluso llegara a prohibirse. Actualmente este atuendo ha sido sustituido en parte por equipo moderno de senderismo, que es el que predomina entre los peregrinos y aventureros que aspiran llegar a Santiago, y que provienen no sólo de toda Europa, sino hasta desde los confines más lejanos de la tierra, para vivir esta experiencia que traspasa el horizonte cotidiano de la modernidad y a la que seguiremos los pasos en nuestra siguiente relación.