LOS UN MIL HALLAZGOS Y ENCUENTROS POR

El Camino Portugués

Una vía vertical que, al ascender, entrelaza cuatro ciudades Patrimonio Cultural de la Humanidad, junto con remotas rías y aldeas que se abren ante los ojos sorprendidos de viajeros y peregrinos

El Camino Portugués, la segunda ruta jacobea con mayor afluencia para llegar a Santiago, es plena en una admirable sucesión de lugares de gran relevancia histórica y cultural, así como de una naturaleza en estado de hipnotizante belleza y esplendor.
Este camino se remonta a la época romana, ya que los fieles peregrinos utilizaron parte de esas calzadas para llegar al tercer centro más importante de la cristiandad. En un principio la extensa vía se hacía dentro del condado de Portugal, que durante esa época era súbdito de Galicia, la cual formara parte de los dominios del reinado de León. Sin embargo, en el año 1125, poco tiempo después de que Alfonso I expulsara a los árabes de Portugal, éste se proclamó como monarca de un nuevo reino independiente.
A pesar de esta trascendente escisión política, la ferviente devoción se mantuvo intacta, e incluso el apóstol Santiago fue considerado durante muchos años patrono de Portugal, hasta que debido a las guerras con España, que esgrimía al santo como su protector, el reino lusitano hubo que abandonar este nombramiento. Siglos más adelante, con las apariciones de Fátima, la Vírgen se convirtió en la patrona espiritual de Portugal.
Como muestra de esta devoción, entre algunos de los personajes célebres que recorrieron el Camino en la antigüedad cabe mencionar a Alfonso II, así como la reina Isabel de Portugal, conocida como la Reina Santa, quién en una de sus dos peregrinaciones entregara su corona de emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico ante el altar del santuario. Posteriormente también la caminaron los monarcas Sancho II de España, así como Don Manuel I, “El Afortunado” de Portugal, el cual realizó la peregrinación en el siglo XV.
Actualmente la ruta entera, que comprende el trayecto de Lisboa hasta Santiago, consta de 620 kilómetros y suele recorrerse en 26 días, haciendo escala en cerca de una treintena de aldeas, ciudades y lugares de especial importancia, encanto e interés.
También puede recorrerse en tramos más cortos, siendo el más común el de Porto a Santiago, que consta de 237 kilómetros que pueden completarse en 10 jornadas a pie, o en menos de una semana, si se realiza en bicicleta.
El inicio del camino se hace desde el marco formidable de la ciudad de Lisboa, una sede que ofrece un largo listado de sitios cautivantes, que se hallan tanto en su ámbito antiguo, como el Castillo de San Jorge, el barrio de la Alfama o la señorial Plaza del Comercio; mientras que en su parte modernista se admiran las impactantes instalaciones del Parque de las Naciones, creadas para la Expo Mundial de 1998. Dentro de este complejo sobresalen su magno acuario y las estructuras que llevan el sello de la arquitectura de Santiago Calatrava. La mejor manera de apreciar la gran extensión del complejo ferial es tomar el paseo en funicular al lado del río Tajo, que ofrece una serie de incomparables vistas, mientras parecemos sobrevolar al lado de las aguas de la vía fluvial más larga que irriga la variada orografía de la península ibérica.
De regreso a la parte antigua, encontramos las dos grandes joyas del estilo Manuelino en Lisboa: la Torre de Belém y el Monasterio de los Jerónimos, que se asientan sobre la ruta de la corta excursión que conduce a las playas aledañas de Cascais, así como a la montañosa villa de Sintra, que muestra una acogedora fisonomía que semeja a las intemporales villas alpinas del centro de Europa.
Al salir de Lisboa, en vez de dirigirse hacia la costa, el Camino apunta ligeramente hacia el noreste, donde nos esperan un sin fin de vistas interesantes, que necesitarían un amplio tomo para ser descritas cabalmente; por ello nos limitamos a enumerar algunas de las principales. Aquí el primer enclave que encontramos es Santarém, una apacible ciudad, considerada la capital del estilo gótico en Portugal, presente en los ámbitos solemnes de los claustros de los conventos de San Jerónimo y el monasterio de Santa Isabel, con sus patios resguardados por columnas gemelinas, integradas por dos fustes cilíndricos. Asimismo, quienes gusten de soberbios castillos medievales, encontrarán a solo 65 kilómetros, siguiendo el cauce del Tajo, el ondulante reflejo del Castelo de Almourol, uno de los más emblemáticos de esta época en el país, el cual domina la cima de una escarpada isleta que parece emerger de las aguas del río.
No muy lejos de esta plaza llegamos a uno de los mejores tesoros a descubrir en tierras lusitanas: la ciudad templaria de Tomar. Al ser expulsados de España, los caballeros de la legendaria orden hermética se refugiaron en esta villa, su último gran bastión en la península. Como testigos de esta gesta se izan las gruesas murallas almenadas de su Castillo Templario y el extravagante interior del Convento de Cristo, con una compleja y ornamentada trama de bóvedas y naves que resguardan una extraña y extravagante muestra de pinturas, objetos y frescos de arte sacro que, tanto por su belleza como por su enigmático trasfondo esotérico, sorprenden y cautivan a sus visitantes, A su vez el extenso acueducto de Los Pegoes, en el que su admirable trabajo de ingeniería se transforma en una obra de arte útil, que conducía el agua remota de los manantiales hasta sus frescas fuentes y vertederos.
Estos hallazgos anteceden el avance a la siguiente escala: la ciudad de Coimbra, nombrada como Patrimonio de la Humanidad y sede de su prestigiada universidad, una de las más antiguas de Europa. En general la villa deleita con su venerable aspecto, que emana de una muy bien preservada arquitectura tradicional, que dibuja su armonioso conjunto urbano bañado por el frescor de un brazo del río.
Continuando hacia el norte llegamos al encuentro con Malahada, un villa de corte romántico y salpicada de gratas plazas así como de numerosas construcciones históricas de carácter civil y religioso. 
En sus inmediaciones, anidado en el único claro que se abre dentro de sus densos bosques que cubren el paisaje, se alza el palacio de Bussaco; edificio rebuscado y elegante que fuera construido a fines del siglo XVII por el penúltimo rey luso, Carlos I, con la intención de convertirlo en su palacio. Hoy en día el suntuoso palacio se ha convertido en uno de los mejores hoteles del mundo. La imagen del edificio, rodeado de jardines y canales que le sirven de espejo, parece extraído de un cuento de fantasía, inspirado en el elegante y rebuscado estilo Manuelino, nombre dado en honor del Rey Manuel I, y cuyos mejores ejemplos se plasman en la Torre de Belém y el Convento de los Jerónimos, emblemas originarios de Lisboa.
Al retomar el avance por el Camino avistamos diversas estancias notables hasta arribar finalmente a Albergaría a Velha, punto en donde la ruta da un giro que nuevamente nos conduce hacia la costa. Aquí el destino más emblemático de la Ruta de la Costa, es sin duda Porto, ciudad añeja y venerable que mira a las aguas del Duero y que parece extraída de un tiempo en que el comercio de ultramar se realizaba con barricas y rústicos barcos de vela.
Dentro de su compleja y abigarrada fisonomía destaca el magnífico puente que liga sus dos riberas, diseñado por el mismo Gustavo Eiffel. Por ello el puente presenta la misma compleja y artística traza de acero de la Torre Eiffel, en París.
Recorrer a detalle la región del Duero implica ya un viaje en sí mismo, no obstante la escala en Porto, rumbo a Santiago ofrece una excelente oportunidad de degustar una buena parte del encanto de esta afamada región portuguesa, en donde el río y el océano Atlántico se entrelazan.
Alejándonos de este enclave entrañable continuamos hacia la comarca de Braga, casa de jardines y templos como el del Bom Jesús. Esta villa es también el punto de enlace para visitar el imponente castillo de Guimaraes, una de las fortalezas obligadas para los amantes del medioevo y sede de recepciones oficiales y diplomáticas de alto rango y relevancia.
Caminando a la Vera de la Vid
A lo largo de este paciente e inspirador andar por tierras lusitanas, siempre se tiene la presencia o cercanía de algunas de sus principales regiones vinícolas, cuna de vinos nobles y de reconocida tradición, que son un ingrediente indispensable para gozar de la cocina portuguesa en plenitud.
Iniciando, desde Lisboa hacia el norte, se encuentran los viñedos de la zona de Bairradas, en la que resaltan sus variedades de espumosos. Aunque esta región inicia en las colinas en torno a lugares de playa como Figueira de Foz, sus cultivos de vid prosiguen hasta Coimbra, que ya es nuevamente parte del Camino.
Más adelante está la zona de Porto, cuna de la variedad más conocida de vino portugués: el Oporto, un licor emblemático, tanto como digestivo, al igual que de sobremesa. Las gruesas barricas que resguardan este preciado elíxir descansan sobre las cubiertas de pintorescas barcas ancladas sobre los malecones de la ciudad, y que en el telar de sus velas enarbolan los emblemas y nombres estampados de las principales casas y marcas productoras que le han dado fama y celebridad al Oporto.
Afortunadamente parte de este mundo de suaves colinas recubiertas por verdes vides puede apreciarse a poca distancia del puerto, por lo cual, el disfrutarlas no representa obligadamente un desvío del objetivo de los caminantes: el alcanzar Santiago.
Sin embargo, los viajeros que deciden extender su viaje por esta región, descubren que el Duero se caracteriza por las enormes extensiones de sus haciendas que además del oporto, producen otras selectas variedades de vinos tintos, blancos y rosados.
Muchas de estas casas promueven el enoturismo, ofreciendo la oportunidad de participar y experimentar –especialmente durante las vendimias–, varios de sus procesos artesanales de elaboración y degustación.
En la franja norte que colinda con Galicia, se producen los llamados vinos verdes, dentro de los cuales destaca el Alvarinho. El cultivo de esta tan codiciada variedad se asienta principalmente en las villas de Moncao y Meldaco, ambas fronterizas con Galicia y a pocos kilómetros de Tui, la puerta de acceso a España en el flanco norte del río Minho.
Así finalmente, después de cerca de dos semanas de estar inmersos en la intensa y extenuante travesía por estos lares, tanto peregrinos como expedicionarios están listos para ingresar a territorio ibérico.
Dentro de las escalas que nos aguardan en las sendas españolas están dos famosas rías de Galicia: la de Pontevedra y la de Arousa, en donde podemos detenernos en diversos pasos y miradores para gozar los panoramas inigualables que miran a estas colosales formaciones, tan buscadas por los amantes de la naturaleza en todo el mundo.
En la boca de la ría de Vigo, se encuentran las Islas de Cies, que fueran asoladas por Francis Drake en sus temibles incursiones y ataques de piratería frente a estas comarcas, que ahora son sumamente pacíficas. Aquí los ávidos paseantes disfrutan de un espléndido santuario ecológico, con playas impecables y cimas ideales para el excursionismo. La más elevada es el MonteFaro, punto al que se llega ascendiendo por una serpenteante escalinata que nos revela una vista ilimitada hacia el horizonte ultramarino.
En la región de Vigo se asienta también la ciudad de Redondela, llamada la villa de los viaductos ferroviarios. Estas formidables estructuras, que alcanzan largos tramos e imponentes alturas, son el sello inconfundible que distinguen su singular fisonomía.
La penúltima escala del Camino Portugués es Pontevedra, importante encrucijada situada en el vértice de la ría del mismo nombre, y ya a tan solo 60 kilómetros del santuario jacobeo. Pontevedra luce un casco antiguo muy bien preservado y concurridas plazas, en las que sobresale el alto templo de la Capilla de la Peregrina. Este lugar de culto es el símbolo de la ciudad y alberga la imagen de la Virgen Peregrina, patrona de la región y de los andantes devotos del Camino Portugués.
Prosiguiendo un poco mas arribamos a Caldas de Reis, declarada como Paraje Pintoresco en 1962, debido a que desde la antigüedad, esta apacible villa se caracteriza por sus famosos balnearios de aguas termales y curativas, muy frecuentados por los reyes y la nobleza, provenientes de diversas partes de España, así como de Galicia.
De ahí la última antesala urbana del Camino, es Patrón, una compacta aldea anidada entre montañas. Al subir a la explanada de la Iglesia del Carmen, se domina el panorama de esta villa que semeja un cuadro campirano y apacible de esencia intemporal. En su parte inferior es grato caminar entre sus animadas plazas con kioscos de vendedores que ofrecen apetitosos productos de la región como panes y quesos típicos, especialmente las clásicas e inconfundibles tetillas gallegas.
Después de concluir estas larguísimas jornadas sólo queda pendiente el ánimo final necesario para salvar el sendero rural que lleva hacia Santiago, y mientras se acorta la distancia, emerge gradualmente ante los ojos anhelantes, la vista de los campanarios de la basílica del santuario.
Estas altas torres gemelas marcan la conclusión de un camino en donde las vivencias se han ido acumulando en la mente y la conciencia, haciendo que el viaje por la subyugante geografía de estas tierras se transforme en una trascendente memoria personal y colectiva, que tanto fervorosos peregrinos como ávidos viajeros, siempre podrán reanudar en su interior, así como narrarla a los demás, durante todo el camino de sus vidas.

Responder a